Hoy fue cumpleaños de mi mamá. Un regalo de la vida fue que coincidiera con una visita familiar, cuyas ramas en el árbol genealógico son difíciles de explicar pero donde el cariño es genuino y cálido. Bueno, vino la esposa de un primo con sus tres hijas. Yo apenas las conocí a las dos más grandes porque con la pequeña ya había platicado en alguna ocasión. El caso es que una de ellas -que tiene 13 años- comparte el hábito de la lectura. Así que con toda la emoción del mundo la invité a conocer mi pequeña -modestia aparte- biblioteca. Hablamos un poco sobre lo que le gusta leer y me comentó que nunca había tenido un libro, todo lo lee en su teléfono. Sentí unas ganas inmediatas de llevarla a alguna librería de la ciudad para que escogiera el libro que quisiera, sin embargo, era difícil hacer eso justo porque estábamos en el festejo de mi mamá. Lo mejor que se me ocurrió es regalarle aproximadamente diez libros variados para que tuviera qué leer por el resto del año. También le pedí que me contara con total confianza y honestidad qué le habían parecido. Ojalá en su próxima visita le pueda regalar más.
Después de ese momento de intensidad de mi parte en mi demostración de amor por los libros, me fui a prepararles cafés a todxs y a partir el pastel. Fue un día que me removió algunas cosas de mí que apenas estoy tratando de descifrar.
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