Hoy me siento cursi. Platicaba con D. y le contaba que después de coger placenteramente con un chico que me gusta mucho -incluso no sé si cogimos exactamente porque siento ese verbo como algo despojado de afectividad y me da náuseas referirme a ese momento como "hicimos el amor", lo que hicimos siento que fue otra cosa- ya no creo que pueda volver a tener sexo "casual" -me entristece referirlo así-, o por lo menos no pronto. Esperamos quince meses por conocernos en persona y quizás por eso lo disfrutamos tanto. Aún imagino y siento su presencia a mi lado en las mañanas o cuando me voy a dormir. Algo nuevo para mí, o relativamente nuevo, porque es revisitar un sitio sexo-afectivo que había estado intacto por un par de años o quizás más -en algún momento coger con H. ya no se sentía lindo, solo era como recitar una obra de teatro por centésima vez, era disfrutable, como los aplausos que anuncian el final, pero ya no sabía a nada la verdad.
Y bueno, hoy siento enfatizada mi cursilería aunque quizás me haya perseguido por días y hasta hoy afloró hasta cristalizarse en letras. Mientras escribo esto me pregunto si tal chico me leerá. Pienso ahora en 62/Modelo para armar cuando Marrast escribe una carta a Tell y saluda a Juan porque sabe que seguramente leerá esa misma carta. Entonces:
"Hola, cómo te va, L. Ojalá me escribieras. Siempre me ha gustado leerte. Quizás es porque fue la forma en la que nos conocimos y, para infortunio mío, el análisis del discurso me ha llevado a sobrepensar algunas de tus palabras por el impacto que han tenido en mí. Eso no te lo dije en persona; digamos que sentí que era bochornoso. Tengo memorias tan nítidas de nuestras conversaciones como de nuestra única noche juntxs. Tan nítidas que te asustarías, así como yo me asusto cuando pienso en tus manos y me recorre una calidez que también inicia en mis manos. Nuestras manos: mi mano derecha y tu mano izquierda entrelazadas, primero entre nosotrxs y después acompañando el compás de tu corazón en el pecho. Qué fortuna estar viva y atesorar el afecto y la ternura de ese momento. También me quedó en la punta de la lengua comentarte que leí pocas páginas de tu novela, pero que la imagen de «los obreros que lubrican las máquinas con su propio sudor» me pareció fascinante. En fin, no quería sonar como una obsesiva. A veces me acechan pensamientos de ansiedad, cosa que tampoco quise comentarte. Imagínate: yo te quería cerquita y mucho de lo que quería contarte sentía que harían que te alejaras, literal y figurativamente. Aunque la distancia en sí era irrevocable. Quizás, si pudiéramos actuar ese tiempo compartido en retrospectiva, me quedaría con tu «try me», si es que lo dijiste así de camino a tu trabajo en tu coche, cuando te conté con pena lo que no sabía si te había mencionado durante esa noche o si solo se había quedado en mi cabeza. Con ese «try me» yo hubiera sabido que había una luz verde para platicar lo inusual y lo absurdo, esos temas que amo tanto y que no encuentran cabida en todos mis intercambios personales. Mi ansiedad corre más rápido que mi racionalidad. Por eso temía que si no nos caíamos bien o la noche no daba para más o yo metiera la pata como suelo hacer, no tuviera un sitio a dónde correr. Porque siempre pienso en correr. Sobre todo cuando la compañía es tan insoportablemente atractiva por todos los sentidos. Qué te cuento, es una de las paradojas que me habitan. Una de tantas que me gustaría empezar a contarte. Pero, digamos, son los escenarios que estoy acostumbrada a hacer. Mis encuentros más significativos suelen ser efímeros, quizás esa marca es la que les otorga esa valía. Es la casualidad con sentido y afectividad. Quizás mi condición nómade -por donde se vea- me impregna al grado de anticiparme la nostalgia por saberme, siempre, en sitios de paso. Por eso también quiero que sepas que no me podía dormir porque seguía incrédula y sentía que quizás estaba soñando. No podía creer que hubiéramos creado algo tan lindo y compartido, al fin, el mismo espacio, la misma cama. Incluso lloré un poquito viéndote dormir. Supongo que fue mi forma de decirte adiós y gracias. Qué rara soy, apenas nos encontramos y yo ya me estaba despidiendo. En fin, qué deleite haber coincidido."
Entonces aquí estoy, escribiendo líneas patéticas porque quizás solo puedan vivir a través de la lectura de L. Cosa difícil, mas no imposible. Cuestión de curiosidades, como las que yo suelo tener. Igual son como mis pequeñas botellas al mar; contenedores emocionales que navegan ahora por la vastedad del ciberespacio, por donde también fue posible encontrarnos.
De Cristina Peri Rossi
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