martes, 2 de junio de 2020

La relación entre los hombres y los feminismos en 2020

Lo prometido es deuda: por fin escribí mi ensayo pendiente sobre este tema para mi entrega final del curso de masculinidades. A continuación lo expongo y les dejo la versión PDF dando clic aquí.

Edit [27.01.2022]:  Como humana que soy, crezco, reflexiono, escucho y me sigo construyendo, así que reelaboré esta discusión en mi artículo "Relaciones de las masculinidades desde y con los feminismos", publicado por la revista REDESS.







La relación entre los hombres y los feminismos en 2020
Por Sara Alicia Aguirre Mumulmea


Introducción
Actualmente la etiqueta o adopción del feminismo como una identidad oscila entre lo políticamente correcto y el rechazo absoluto. ¿Qué implicaciones sociopolíticas tiene el hecho de enunciarse como feminista para hombres y mujeres, respectivamente?, ¿cómo vamos a validar nuestras posturas?, ¿validarlas para quién?, ¿a través del feministómetro de quién?, ¿desde qué lugares atravesados por nuestras circunstancias nos legitimamos políticamente? Anuncio desde ahora que no me propongo responder estas preguntas, sino plantearlas en todas sus dimensiones  retóricas, extraerlas de diferentes discursos y discusiones como un punto de partida para el documento que ahora lees.
     No me interesa establecer una preceptiva acerca de quiénes pueden autodenominarse feministas y quiénes no, ni conozco el lugar donde se emiten tales credenciales. En cambio, propongo algunos aspectos que considero importantes de tener en cuenta para conversar sobre la relación actual entre los hombres y los feminismos.
     Por lo tanto, el interés de escribir este texto (además de ser trabajo final del curso de masculinidades) se centra en una reflexión individual donde hay más preguntas que respuestas como estudiante de un posgrado en estudios de género. Por ello también me parece importante comprender el ambiente donde se genera la violencia machista.

Primera consideración: ¿Cómo se construye la violencia en la socialización masculina?
En el documental ¿Qué coño está pasando? (2019) la socióloga Cristina Hernández comenta: “La violencia es un problema de los hombres. No es un problema de las mujeres. Es un problema de los hombres que sufrimos lamentablemente las mujeres”. Es cierto que aún no llegamos al mundo idílico de experimentar una vida distanciada del patriarcado, pero cada vez somos más quienes nos sumamos al reto de reconstruirlo a través del desaprendizaje y el cuestionamiento hacia esa estructura. Sin embargo, mi interpretación sobre el comentario de Hernández se refiere a que la socialización masculina y/o el aprendizaje del devenir hombre están también estrechamente vinculados, en términos de Kaufman (1989),  con la tríada de la violencia masculina efectuada contra las mujeres, contra sí mismos y contra otros hombres. Hacia las primeras es por la asimilación de un sistema machista, de superioridad de los hombres respecto de las mujeres; hacia sí mismos por la automutilación y represión emocional, por esa ansiedad de mantenerse fuertes y firmes ante las adversidades y los dolores aunque eso ponga en riesgo su salud integral; y contra otros hombres en la competencia incesante que les reclama el mandato de masculinidad. Aquí podemos ver claramente cómo se cumple lo que en términos de Bordieu (2000) es la paradoja de la doxa: que los hombres son víctimas y, a la vez, se erigen como sus propios victimarios al infligirse violencias en pos de la perpetuación de un sistema desigual que promete mantener sus privilegios pero, ¿a qué precio?

Segunda consideración: ¿cómo y desde dónde analizamos el privilegio de la masculinidad?
Si bien se trata de un hecho indiscutible que los mismos hombres, como sujetos políticos, son quienes se han encargado de configurar el orden social desde hace siglos y por lo tanto su victimización puede resultarnos paradójica, entonces una no hace más que preguntarse: ¿dónde están las maravillas del trono patriarcal? Hago esta pregunta a la par que reconozco la otra cara de la moneda: la expresión más sublime del machismo, aquella que se sostiene de la subordinación y sumisión de las mujeres. Sabemos que estos casos han existido y nos acompañan en nuestra actualidad pero, con una mirada de mayor escrutinio hacia la constitución del sujeto masculino, me surgen reflexiones sobre desde dónde se erige ese privilegio, de esta manera relativizo y me desborda el absurdo del sistema patriarcal.
     Segato (2020) comenta: “los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad […] y una estructura jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres” (s.n.). Según la antropóloga argentina, esta situación entre pares se debe más a la precariedad de la vida que los ha dejado impotentes para conseguir lo que constituye un pilar importante para sostener su virilidad de acuerdo con el sistema capitalista imperante: el trabajo y el éxito. Según el documental The mask you live in (2015) la idea del éxito asociada con el dinero es una de las mentiras que creen los niños en EEUUAA como elemento constitutivo de la masculinidad. Para comprender cómo se configura la identidad masculina resulta provechoso tomar en cuenta el apunte de Connell (2003): “La masculinidad existe sólo en contraste con la femineidad” (p. 2); y para complementar esta idea, retomo lo que también señala Badinter (1993) cuando habla de la constitución de la masculinidad: “Para hacer valer su identidad masculina deberá convencerse y convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es homosexual” (p. 51). En ese sentido, podríamos entender los géneros masculino y femenino como conceptos correlacionales; es decir, que a partir de uno se genera una noción de lo que es el Otro. Un factor importante que ha llevado al cuestionamiento de estos mandatos se encuentra en el empoderamiento femenino que las mujeres hemos ganado con el paso del tiempo. Actualmente los hombres pasaron de ser esenciales para la supervivencia a ser prescindibles. La lucha feminista lleva ventaja histórica en el camino hacia la deconstrucción; los hombres aún tienen mucho trecho que recorrer.

Tercera consideración: de las “nuevas” formas de ser hombre
A lo largo del curso conversamos acerca de las “nuevas masculinidades”, sobre las cuales entiendo la posibilidad de pensar en la masculinidad de maneras alternas a un modelo hegemónico tóxico. Reflexionar, entonces, y reconocer que también dentro de la población masculina hay interseccionalidades, circunstancias que configuran diferentes formas del ser hombre, implicaría entonces romper con dicho modelo de performar la virilidad y encontrar caminos alternos que humanicen los vínculos de los hombres con las mujeres, consigo mismos y con otros hombres.
     Sin embargo, personalmente me causa problemas el adjetivo que indica la novedad en esto. Mis reflexiones me llevan a pensar en la preexistencia de los hombres que no se ajustan al modelo hegemónico de masculinidad ni les interesa alcanzarlo como tal: hombres homosexuales, transgénero y transexuales, hombres de clase baja con aspiraciones económicas que pueden verse imposibilitadas por nuestros sistemas económicos; hombres en fin, cuyas únicas salidas para reafirmar una validez identitaria hace ecos en las violencias. Aquí aludo de nuevo al carácter interseccional que también atraviesa a los sujetos masculinos, pero la ruptura con algunas cláusulas del mandato de masculinidad no los exhime de la práctica machista. Hay sujetos homosexuales a quienes les sobrevive la misoginia y, por lo tanto, la homofobia; hay otros que están muy de acuerdo con la práctica laboral o la participación en la esfera pública de las mujeres, pero que no apoyan en las labores de cuidados. Es necesario que se mantenga en dinámica la autocrítica como sujetos históricos que han gozado de los privilegios, como Nogués (2019) indica: “Pensar que la igualdad es una palabra y no ver que en realidad representa un verbo, pues conlleva una práctica diaria, es caer en el autoengaño de la deconstrucción.” (s.n.); esto lo comenta a propósito del participio “deconstruido”, el cual indicaría un estado acabado de una acción, sobre lo cual Nogués discrepa. Pero en un sentido más extenso y bastante sustancial, García (2015) expone lo siguiente:
Hay una versión muy light, muy superficial de las nuevas masculinidades, por ejemplo, simplemente un hombre que llora es un neo masculino, me parece que desligar la actuación personal de preguntarse por la democratización del poder, justamente no le da soporte a que sea un “nuevo hombre”. Un hombre que al contrario del pasado hoy sí cambia los pañales, pero es el mismo sexista de siempre con sus compañeras de trabajo, o que ahora es más vanidoso y se hidrata la piel, de ahí que para alguna gente la metrosexualidad es una nueva masculinidad. […]. Entonces me parece que si dejamos correr socialmente la idea de que las nuevas masculinidades es cualquier práctica contemporánea de los hombres, se está perdiendo su sentido político. Para mí, sí es un marco muy exigente en todos los ámbitos de la vida, del cambio y la noción central es el tema del poder, o si no, no es. Las nuevas masculinidades, no las veo como un punto de arranque, sino como una dirección del cambio, en la cual la pregunta por el poder, por su renegociación, democratización, por perder espacios de poder, tiene que darse en muchos ámbitos y respecto de muchos comportamientos de la vida y en un intento de buscar coherencia. (Iván García [2012] en García [2015]) (p.101)
     La coherencia a la que alude el entrevistado García me parece que es la de una dimensión ético-política de la deconstrucción masculina. Creo que este compromiso es el que marcaría una diferencia entre lo que se sostiene en el discurso a lo que conlleva la praxis.

Cuarta consideración: De los hombres, onvres y feministos
Presentarnos como feministas, independientemente de nuestro sexo, no garantiza la ética que atraviesa nuestra subjetividad, se manifiesta en un discurso que quisiéramos encontrar en la praxis en una dinámica congruente. Esto lo menciono porque parece que cada vez se vuelve más común encontrarnos con hombres que se nos presentan como feministas, fenómeno que viene acompañado de la resistencia que existe desde algunos feminismos sobre la inclusión y consideración de los hombres dentro del movimiento. Por lo tanto arrojo la pregunta que espero siga motivando una reflexión: si los feminismos son exclusivos para las mujeres, ¿cómo definiríamos el ser mujer en estos tiempos? Si desde Simone de Beauvoir se ha reflexionado acerca del devenir mujer como una categoría construida, ¿los hombres por qué no podrían sumarse a la lucha desde el supuesto ejercicio de empatía?, ¿por qué querrían estar en el espacio históricamente pensado para mujeres?, ¿por qué no convertir sus espacios no tanto en feministas, sino para compartir entre ellos sus inquietudes sobre la construcción de la masculinidad entre pares?
     Hay quienes pensarán que todes podemos ser feministas y esto, al margen de calificarlo como verídico o no, me parece más importante preguntarnos ¿qué significa ser feminista?, ¿usar una playera?, ¿postear en redes nuestro apoyo?, ¿asistir a las marchas? Para mí es un replanteamiento estructural en todos los ámbitos y estar atenta hacia los vestigios de la violencia patriarcal desde los lugares que experimentamos en nuestra existencia. Ojalá pudiera proponer una ética feminista en este momento, pero sería objeto para otro texto.
     Vuelvo con mis preguntas: ¿cómo estar atentas sobre las líneas de poder dominantes? La agenda política del feminismo evidentemente tiene otras cuestiones más importantes que discutir antes que debatir si los hombres pueden ser feministas o no. Este es un tema que les importa a los hombres, los que ahora se sienten excluidos en un espacio que se ha creado históricamente por mujeres. Sin embargo, si hay un territorio en común, sería el interés por la deconstrucción del género y el trabajo que cada quién puede realizar para ello desde su trinchera. También creo que los esfuerzos por ser reconocidos en la esfera feminista serían menos problemáticos y potencialmente más fructíferos si utilizan sus espacios de socialización masculina para desmontar las actitudes machistas de los pares.
     Identificarse como feminista es un acto de resistencia política frente al orden patriarcal que emerge en contestación hacia un modelo hegemónico: el hombre blanco, heterosexual de clase media, y cómo este ha sido considerado la medida de todas las cosas. Con acceso a los discursos y los espacios ha creado el mundo a su imagen y semejanza. Las mujeres fuimos históricamente la Otredad. Sin embargo, el hecho de leer la historia desde otros lugares, tomando en cuenta la clase, raza y el género nos permite darnos cuenta de que hay más voces que han clamado la visibilización, el reconocimiento. En ese sentido, insisto en la preexistencia de hombres periféricos que pululan alrededor de un modelo masculino privilegiado en los espacios de representación y enunciación.
     Una de las opiniones sobre este tema que más me ha dejado satisfecha sobre este debate es la respuesta de Fabbri (2019) a la pregunta: “¿Cuál es el rol de los varones en el feminismo?”:
No creo que los varonces cis tengamos que disputar un lugar, un reconocimiento o una credencial como feministas, sino hacer del feminismo una mirada para problematizar nuestras relaciones y nuestras prácticas. En este sentido planteo que varón feminista no es una identidad, sino una relación. (s.n.)    
     Una relación con la lucha feminista. Una reflexión que lleve a la acción desde los lugares que ocupan los hombres en las esferas sociopolíticas para extender este discurso sin necesidad de explicar a las feministas cómo realizar sus luchas o legitimarlas en los espacios. Sin intenciones de protagonizar un movimiento que se encarga de reconocer, legitimar, valorar y visibilizar a las mujeres. Habrá que erradicar ese paternalismo político que pretende “corregirnos”, “ayudarnos”, “protegernos” y explicarnos cómo son “realmente las cosas”.
     Actualmente circula en redes sociales una diferenciación que trasciende a lo que pareciera un typo: hombre y onvre. Propongo una definición breve y somera sobre ambas palabras.
     Por una parte, hombre se referiría al sujeto masculino en el camino hacia una deconstrucción de género, atento y autocrítico sobre su papel social de macho potencial pero que ha decidido buscar otras formas de experimentar su género, asumiendo un compromiso ético-político como el que ejemplifiqué previamente. Quien se ubica dentro de esta primera categoría no necesita ni exige ser reconocido todo el tiempo por no acosar, no violar y autoproclamarse en redes sociales como feminista argumentando #notodosloshombres.
     Por otra parte, para las y los cibernautas que estén familiarizados con la palabra onvre, sabrán que hay un contexto de mofa alrededor de ella. Una mirada ingenua podría pensar que es un simple e(ho)rror de ortografía, sin embargo, considero que va más allá de ello. No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas. En un contexto informado en temas relacionados con los estudios de género y feminismos, donde se sabe que la lucha feminista no busca erradicar a los hombres sino al patriarcado, se puede reconocer el matiz de diferencia: un onvre sería todo aquél sujeto masculino que sigue reproduciendo un estereotipo y el mandato respectivo en aras de alcanzar un estado hegemónico; aquél que se siente cómodo en sus privilegios y quien se siente amenazado por el posible desplazamiento del trono patriarcal debido a las luchas sociales y políticas de las terroristas de su Estado de aparente bienestar: las feministas. Una versión de este tipo de onvre es el que dota de una cómica veracidad al personaje de Nacho Progre: la imagen del feministo con ideas progresistas. Un personaje que encarna la contradicción e incongruencia de ideas que habitan en un sujeto que, a pesar de su discurso progresista y jerga intelectual, continúa con la reproducción del machismo, por lo tanto denuncia precisamente esa falta del compromiso ético-político. De ahí la importancia de sostener la autocrítica, como menciona Nogués (2019): “Autodenominarnos como feministas no nos hace mejores personas si no logramos darnos cuenta en nuestro día a día de nuestros micromachismos, de nuestros mansplainings y de qué mandatos y patrones tóxicos aún seguimos replicando” (s.n.). Ojalá esto funcionara sólo como una broma distante de la realidad; no obstante, Nacho Progre resulta una sátira feminista creada por Cynthia Híjar y Carmina Warden, con este personaje proponen la representación de un neomachista que representa discursos y actitudes que extraídos de la cotidianidad o, por lo menos, es lo que, en palabras de las creadoras de Nacho Progre, algunas cibernautas han dejado saber:
La gente lo recibe como a alguien ya conocido, con mucha familiaridad. Y creo que esa es una de las razones por las que se volvió popular tan rápido. La gente, en especial las chicas, lo reconocen en sus amigos, en sus compañeros de trabajo, en sus exparejas. Ese personaje existía antes y nosotras le pusimos imagen y nombre propio. (Híjar, 2020, s.n.)
     En un mundo donde los feminismos cada vez van tomando más espacios físicos y simbólicos, claro que han surgido efectos en el orden social. Actualmente sería difícil encontrar a alguien que exprese una identidad machista por la carga negativa que afortunadamente ha cobrado esa palabra, como lo menciona Ana de Miguel (2015): “En los tiempos modernos que corren ya no es posible legitimar la desigualdad en términos de la inferioridad intelectual o moral de las mujeres. Sería poco cool, eso queda, en todo caso, para el pensamiento conservador” (p. 23). Sin embargo, la negación de un machismo contribuye con un espejismo de la igualdad (Valcárcel, 2015), el cual nubla el estado de las cosas y supone entonces que ya no hay más qué hacer en el territorio de la igualdad de derechos tomando en cuenta las diversidades sexo-genéricas.

Concluyo: Los peligros del discurso que no llegan a la praxis
Durante los últimos meses decidí extender mi mirada crítico-analítica hacia el estudio de las masculinidades. No ha sido tarea fácil desglosar cada idea, en ocasiones sorprendiéndome de mis propios prejuicios que me he dado a la tarea de cuestionar mas no sé si arrancar. En mi ética personal no pretendo educar a los onvres en los feminismos, ni proponerlos como clave en esta lucha, ni forzar espacios mixtos, ni convencer a nadie de una heterosexualidad, ni victimizar a nadie. Reconozco la red de relaciones que entretejemos, las angustias y ansiedades que producen los mandatos de género, ese deber-ser que construye todo un iceberg de violencia de género que urge frenar.
     Sin embargo, sí creo que el trabajo de, con y para las masculinidades debe realizarse por los pares varones, construir relaciones donde rompan con sus pactos patriarcales en sus espacios de socialización; de otro modo, se reincide en responsabilizar a las mujeres de la educación de los hombres, como si la realidad no desbordara todavía la desequilibrada responsabilidad de la crianza en las mujeres como para prolongarlo con otras personas y en otras situaciones. Por ello que resulta de gran relevancia el siguiente comentario de García (2015):
Asumir una nueva masculinidad se convierte en un paraguas que protege de las demandas del movimiento social de mujeres, el feminismo y las organizaciones de hombres, pero al no basarse en un replanteamiento de las relaciones de poder, puede develar que se trata del mismo sexismo con un ropaje distinto, más plástico. (p. 103)
     Ante la plasticidad o la falta de compromiso ético-político es donde hay que permanecer alertas sobre todo en cuanto a las relaciones de poder. Reconocer nuestros privilegios de género, raza y clase, así como trabajar en pos de deconstruirlos potenciarían el camino hacia consolidar una sociedad más justa. Cuestionar el poder me parece un aspecto clave para desmontar este sistema patriarcal y, por ende, expandir las posibilidades de ser más allá de lo que implica la imposición de los mandatos de género.
     La relación de los hombres con los feminismos es importante y esencial en un camino que busca frenar la desigualdad y las formas de violencia machista. Por supuesto que los varones obtendrían beneficios de ello, pero sobre todo resalto la urgente demanda social por buscar todas las formas posibles para detener la ola de violencia de género que afecta principalmente a la población femenina. La historia de los feminismos ha demostrado que: “Nada nos han regalado y nada les debemos. [...] Ya que hemos llegado a divisar primero, y a pisar después, la piel de la libertad, no nos vamos” (Valcárcel en Varela 2008, s.n.). Los alcances del empoderamiento femenino son incuestionables, pero si cada quien asume el aludido compromiso ético-político desde sus intereses y espacios de socialización, creo que podríamos acelerar el proceso de transformación social que gira en torno al género.

Referencias bibliográficas:
Badinter. E. (1993). XY. La identidad masculina. Madrid: Ed. Alianza.
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Ed. Anagrama.
Canal PeruculturalHD (1 de abril de 2015). Amelia Valcárcel: La igualdad como preventiva de la violencia contra las mujeres [archivo de video] Youtube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=cW3Dq_KVhUY consultado en mayo de 2020.
Connell, R. La organización social de la masculinidad. En C. Lomas (coord.), ¿Todos los hombres son iguales? Identidades masculinas y cambios sociales, pp. 31-54. España: Paidós Ibérica.
De Miguel, A. (2015). La revolución sexual de los sesenta: una reflexión crítica de su deriva patriarcal. Investigaciones Feministas vol. 6, pp. 20-38. Disponible en: https://revistas.ucm.es/index.php/INFE/article/view/51377 consultado en mayo de 2020.
Fabbri, L. (2019). «Varón feminista no es una identidad, sino una relación»/Entrevista por Christopher Loyola. Disponible en: http://elgritodelsur.com.ar/2019/10/nuevas-masculinidades-lucho-fabbri.html consultado en mayo de 2020.
García. L. (2015). Nuevas masculinidades: discursos y prácticas de resistencia al patriarcado. Ecuador: FLACSO.
Híjar, C., Warden, C. (25 de noviembre de 2016). Nacho Progre, sátira feminista/Entrevista por Abraham Nava. Excélsior. Disponible en: https://www.excelsior.com.mx/de-la-red/2016/11/25/1130392 consultado en mayo de 2020.
Kaufman, M. (1989). Hombres placer poder y cambio. República Dominicana: Centro de Investigación para la Acción Femenina.
Netflix (productor). Jaenes, M., Márquez, R. (directoras). (2019). ¿Qué coño está pasando? [cinta cinematográfica]. España: Netflix.
Nogués, N. (27 de diciembre de 2019). El autoengaño de sentirte deconstruido. FORBES. Disponible en: https://www.forbes.com.mx/el-autoengano-de-sentirte-deconstruido/?fbclid=IwAR3USPeRgnCD7EB0psi-GyTIhbp5JYARb3L0G5SnU-FDpBDEmrgcrrV5yVQ consultado en mayo de 2020.
Segato, R. (2020). Una falla del pensamiento feminista es creer que la violencia de género es un problema de hombres y mujeres/ Entrevista por Alejandra Ojeda Garnero. Rebelión. Disponible en: https://rebelion.org/una-falla-del-pensamiento-feminista-es-creer-que-la-violencia-de-genero-es-un-problema-de-hombres-y-mujeres-2/ consultado en mayo de 2020.
Siebel, J. (2015). The mask you live in [cinta cinematográfica]. Estados Unidos de Amèrica: Jennifer Siebel Newsom.
Varela, N. (2008). Feminismo para principiantes. Barcelona: Ediciones B, para el sello B de Bolsillo.

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