martes, 4 de febrero de 2020

Victoria Ocampo

Fragmento del ensayo "La mujer y su expresión" (1936)


Una de estas mujeres, que es uno de los seres mejor dotados que conozco, novelista célebre  de estilo admirable, me decía: “No soy verdaderamente feliz sino cuando estoy sola, con un libro o ante el papel y la pluma. Al lado de este mundo tan real para mí, la otra realidad se desvanece”. Sin embargo, esta mujer, nacida en un ambiente intelectual y cuya vocación fue, desde el comienzo, singularmente clara, pasó en su juventud años atroces de tormentos e incertidumbres. Todo conspiraba para probarle que su sexo era un handicap terrible en la carrera de letras. Todo conspiraba para aumentar en ella lo que había heredado, lo que todas heredamos: un complejo de inferioridad. Contra ese complejo debemos luchar, puesto que sería absurdo desconocer su importancia. El estado de espíritu que crea forzosamente es de los más peligrosos. Y no veo otro modo de luchar contra él que dar a las mujeres una instrucción tan sólida, tan cuidada como a los hombres y respetar la libertad de la mujer exactamente como la del hombre. No sólo en teoría, sino en la práctica. […] La mujer, entre nosotros, no tiene, en la teoría ni en la práctica, la situación que debiera tener. Los hombres continúan diciéndole: “No me interrumpas”. Y cuando ella reivindica su derecho a la libertad, los hombres interpretan, juzgando sin duda por sí mismos y poniéndose en su lugar: libertinaje.
Por libertad, nosotras, las mujeres, entendemos responsabilidad absoluta de nuestros actos y autorrealización sin trabas, lo que es muy distinto. El libertinaje no tiene ninguna necesidad de reivindicar la libertad. Puede uno entregarse a él siendo esclava.

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