He soñado con personas que ya no están en mi vida y que tampoco creo que vuelvan a estar. Uno de esos sueños me arruinó un día pasado y reciente, fue un momento tan lúcido y de vasta sospecha sobre los acontecimientos, que me miraba a los ojos y me decía lo que tanto miedo me da escuchar: lo que siempre he sospechado como una verdad que nunca fue dicha en su momento. Desperté incómoda, desconcertada (¿o no?) Pero triste a fin de cuentas.
He tenido una saturación de escenarios imaginarios. Así trato de darle un detalle que mejore el recuerdo de lo que realmente fue, de ajustar la realidad en la memoria para sobrellevarla porque el (auto)engaño a estas alturas ya no cobra represalia alguna. de todas formas hay voluntad porque "el recuerdo embellece lo que toca". El fin de la paz mental justifica los medios. La distancia está hecha.
A veces recuerdo a una Sara de 16 años viendo la plaza de Emiliano de Zubeldía en su trayecto hacia la preparatoria. Recuerdo la inquietud sobre el futuro, sobre elegir una licenciatura y a qué lugar pertenecería en la inmensidad de la Universidad de Sonora. Ya han pasado diez años y he pasado por tres universidades y ciudades distintas. Ahora vivo una vida que no sospechaba.
Las conversaciones acerca de la constitución de la identidad me han llevado a revisarme. A replantearme cuestiones sobre las que no me había detenido lo suficiente porque no eran importantes en ciertos momentos. Este es un momento de vuelta a la adolescencia y transformar las percepciones que ahora tengo de ello.
Por ejemplo, Foucault se ha convertido en una arista de percepción teórica fuerte. La teoría del panóptico, sus apuntes sobre el poder me han puesto a pensar acerca de las microvigilancias hacia nuestros cuerpos.
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