Quisiera vivir este mismo
instante mañana, en un día abierto para nosotros. Pienso en una ciudad donde
pudiéramos caminar por las calles sin que nadie nos conociera ni nos saludara,
estar tirados en una playa sola o vagar por el campo cogidos de la mano.
Quisiera conocer contigo el mundo, quisiera entrar contigo en el sueño y
despertar siempre a tu lado. Te miro fijamente, quiero aprenderte bien para
cuando sólo quede tu recuerdo y tenga que descifrar lo que no me dices ahora.
Una parte de mi vida, estos minutos, se van contigo. No sé decir las cosas que
siento. Tal vez algún día te las escriba sentada frente a otra ventana. No sé
tampoco hasta dónde soy feliz. Cada despedida es un estarse desangrando, un
dolor que nos asesina lentamente. Estamos llenos de palabras y sentimientos, de
un silencio que nos confina en nosotros mismos. Tal vez esta habitación nos
queda demasiado grande o demasiado estrecha y por eso no sabemos qué hacer con
nuestros cuerpos y las palabras. Miras el reloj. El tiempo es una daga
suspendida sobre nuestra cabeza. Después vendrá la tarde vacía como esas cuando
no estás conmigo, cuando nos separamos y nos falta la mitad del cuerpo.
[...]
Caminamos cogidos de la
mano. Caminamos hacia el fin del mundo. La noche ha caído sobre nosotros como
una profecía largo tiempo esperada. Las calles están desiertas, somos los
únicos sobrevivientes del verano. Este viejo jardín nos estaba esperando. El
tiempo ha dejado de ser una angustia. Estamos tan completos que no deseamos
hacer nada, sólo sentarnos en esta banca y quedarnos como dos sonámbulos dentro
del mismo sueño. Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas. Estamos
unidos por las manos y por los ojos, por todo lo que somos hoy y hemos logrado
rescatar de la rutina de los días iguales. Aquí sentados hemos estado siempre,
aquí seguiremos sin despedidas ni distancias en un continuo revivir. Suenan las
doce en esta noche perdurable. Han pasado mil años, han pasado un segundo o
dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario