Y ahí estaba yo sentada reconociéndome en el otro.
Y ahí estaba yo sentada entre olores de belleza y superficialidad procurada y cuidada, mientras las palabras de mi abuela hicieron eco en mi cabeza: "Para llegar al cielo se necesita ser como aquella, la que no tiene malicia, la que aún parece una niña a pesar de...".
Y ahí estaba yo, tratando de hacer paso a mi recepción entre tanto ruido. Sí, pensando simultáneamente en lo inefable, en la desconfianza del lenguaje, considerando ser surrealista por un momento y comprender de golpe todo el postulado que tanto he criticado.
Y ahí estaba yo sentada entre la densa intelectualidad del ambiente, la poesía, la crítica, la novela, la relevancia, la persecusión de lo abstracto, el orden, la pintura, la música, la posmodernidad y la vanguardia y resolví que todo eso me lo paso por el arco del triunfo y que ni si quiera la vida misma alcanza para justificar toda esa faramalla.
Y ahí estaba yo, en pleno esplendor de la juerga nocturna, entre gente que olvidaba la seriedad al rodearse de risa y alcohol y humo de tabaco y comida.
Y ahí seguía yo, escuchando, oliendo y observando y tratando ya quién sabe si de saltar al cielo o recorrer la mandala entera o jugar a la rayuela o jugar y jugar y jugar en el gran teatro de la vida. Y ahí estaba yo, imaginando cómo sería tener el gis en una mano y una piedra en la otra y entre tanta seriedad proponer el juego interminable, el de saltarse un paso y andar con un solo pie y retar.
Y sí, ahí estaba yo, con mi papel de espectadora, de querer cruzar la línea y atreverme un poco, de maquillar elestadoriginaldelascosas.
Aquí sigo yo, en caída libre. Aquí sigo, digiriendo la realidad impuesta, el lenguaje, el valor, la ética y la costumbre heredada. Aquí sigo, pensando en surrealismo y amour fou y Ángeles en América. Aquí sigo...
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