Las niñas como yo, aprendimos que podíamos elegir con quién casarnos. Pero para eso era necesario enamorarse. Así corrimos a los brazos del muchacho que mintiera mejor. O del que no tuviera miedo de nuestra capacidad de elegir un marido y el color de las paredes y del techo.
Nosotras elegimos y decidimos. Pero para eso, siempre es necesario enamorarnos. Por eso, cuando cae la noche, nos convencemos de que los silencios y el abandono son muestras de cariño.
A las niñas como yo, nos enseñaron que amar era importante. Por eso un día nos descubrimos evangelizando a cien muchachos, enseñándoles cómo debían amarse. En silencio esperamos que como pago, nos amaran de vuelta, pero eso no sucedió.
Asistimos a infiernos y descubrimos que también ahí hace frío. Y nos convencimos de que las casas sin calefacción son casas de todas maneras. Repetimos orgullosas que el amor era importante, y que amar era nuestra tarea.
Las niñas como yo, decidimos y elegimos cosas importantes: una bicicleta, un color de cabello o una carrera, pero nada fue tan importante porque para que todo valiera, debíamos enamorarnos y convencer a cientos de muchachos de que el color de las paredes, la bicicleta, la carrera, y el techo eran buenas elecciones.
Algunas de nosotras hubiéramos preferido el licor y la noche rancia.
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