Ayer no pude dormir. Me costó más que otras noches. También lloré un poquito pero menos que otras noches. Ni siquiera pude levantarme para ir a correr. Pienso ahora mismo que dormir con ansiedad es despertarse intermitentemente durante la madrugada y no encontrar una comodidad para conciliar el sueño; es, también, reconocer que el cerebro sigue dándole vueltas en el inconsciente a los sucesos en los que de por sí impregnan mi consciencia. ¿Hasta qué punto aguantaré sin terapia?, ¿debo aguantar? Rayos, de repente me siento más sola que nunca. Después, para animarme, pienso que esto que ocurrirá en mi cuerpo y que no dejo de pensar como evento traumático será en el mejor escenario posible: con mi familia y K., la única que permanece conmigo incondicionalmente. No seré injusta, también me acompañan en la distancia y eso lo agradezco un montón. Si hubiera estado en otra ciudad esto sería más difícil, buscar unx especialista, decidir un servicio público o privado, conseguir incluso alguien que donara sangre...
Tengo miedo, ansiedad, hastío, cansancio, depresión, estrés y así. Ese es el cuadro emocional de esta primavera. Iniciaré el verano con una cicatriz más en el abdomen y siendo menos mujer biológicamente (guiño sarcástico).
¿Seguiré siendo la misma persona después de esto? Estoy muy ondeada pero ya trato de no socializarlo, ya me di cuenta de que tanta carga emocional también incomoda a otras personas. Y eso que ni lo saben tantxs.
Además es el fin de la maestría. Hay un ensayo que entregar en dos semanas, una participación en un coloquio la próxima semana, participar en la presentación de la fanzine de D., postularme para el doctorado quizá, ir mañana con el especialista y saber qué procede, seguir trabajando en el artículo, ir a visitar a mi abuela pronto...
And suddenly
28 years
will be gone.
Or replaced
by 29.
Ya quiero tener un cumpleaños feliz de verdad. Ya no quiero estar enferma y sola en un cuarto. Ya estoy harta de sentirme vulnerable. Quiero volver a la calle y sentirme ilusoriamente segura. Esa es una gran traba para decidir vivir en una metrópolis, lejos de la red de apoyo incondicional. Quizás es el riesgo de seguir otros caminos y vivir. Un intercambio de consecuencias más allá de las dicotomías buenas y malas, las que a veces nos hacen crecer con dolor y las que efímeras colmadas de felicidad emigran al sitio de los recuerdos.
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