Vivir una vida feminista es convertirlo todo en algo cuestionable. La cuestión de cómo se vive una vida feminista está viva como cuestión y es una cuestión de vida.
Si
nos hacemos feministas debido a las desigualdades y las injusticias del mundo, debido
a lo que el mundo no es, ¿qué clase de mundo estamos construyendo? Para
construir moradas feministas es preciso desarmar lo que ha sido armado
previamente; necesitamos preguntarnos contra qué estamos, a favor de qué
estamos, con plena consciencia de que este sujeto plural que somos nosotras
no es un cimiento, sino aquello por lo que trabajamos. Cuando entendamos qué es
lo que queremos, estaremos entendiendo qué significa este nosotras, este
esperanzado significante que constituye una colectividad feminista. Donde
existe esperanza, existe dificultad. Las historias feministas son historias de
la dificultad de este nosotras, una historia de quienes han tenido que luchar
para ser parte de un colectivo feminista, o incluso han tenido que luchar en
contra de un colectivo feminista para defender una causa feminista. La
esperanza no existe a costa de la lucha, sino que anima la lucha; gracias a la
esperanza percibimos que tiene un sentido de ilustrar las cosas, y trabajarlas.
La esperanza no solo, o no siempre, mira hacia el futuro, sino que también nos
remolca cuando el terreno es difícil, cuando nos cuesta más avanzar por el
camino que seguimos. La esperanza nos respalda cuando tenemos que esforzarnos
porque algo sea posible.
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