Cuando pienso en el canon cultural se me viene un olor fétido a patriarcado, a androcentrismo, a machos burgueses. Gente con privilegios que trascendieron en la cultura.
No me jacto de ser irreverente: sólo lo soy. La indiferencia me acompaña al contemplar lo que se erige como sublime; pero tampoco siento con la banalidad. ¿Será que estoy vaciada de sensibilidad visual?
Yo no imagino la sustancia, trabajo con ella, con extractos de subjetividad; no con forma o materia. Quizá la literatura esté más desprolija de imposiciones visuales. Las generadas están íntimamente asociadas con nuestra historia y almacén subjetivo.
Mejor busco -será porque me reconozco- en los márgenes de los discursos hegemónicos. Y aún así, difícilmente me encuentro.
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