lunes, 8 de junio de 2020

Petricor

Tuve que googlearlo porque nunca fui capaz de recordar esa palabra para designar un aroma que me encanta. Es el olor que acompaña memorias de tiempos sentidos como extra ordinarios. De cuando vivía en un territorio caliente donde las lluvias nos visitaban muy de vez en cuando, sólo para que no olvidemos que existe y celebremos su llegada; no siempre era benévola, quizá la agradecíamos en la ilusión hasta que nos colmaba la realidad del tráfico y los cráteres de hormigón.

A los momentos más brujiles de la tormenta le preceden los atardeceres sepia: mezcla de luz y polvo como sólo es posible ver en un lugar tan desértico. Hay un revoloteo en el aire y es capaz de traernos partículas de quién sabe dónde, pero las casas terminan llenas de polvo, regalo del viento.

Ahora estoy instalada acá donde pocas cosas me remiten a mi vida allá (porque sigo teniendo una) y aunque la lluvia nunca fue tan recurrente en el corazón de Sonora como aquí en el Bajío, siempre me vuelve una nostalgia de experimentar la lluvia en el norte otra vez, porque como quiera las lluvias son diferentes; incluso nuestra relación con ella. Aquí, si aparece, la vida transcurre de forma ordinaria; allá pareciera que le temen a ella, quizá porque es inusual, qué sé yo, pero de todas formas reacciono como si estuviera allá: le huyo a esa agua recia y fría de un cielo rugiente, donde las gotas lastiman como pequeños granizos. Así fue mi último cumpleaños, por cierto.

En fin, el olor a petricor es una compañía que me pone de muy buen humor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario