Introducción
Actualmente la
etiqueta o adopción del feminismo como una identidad oscila entre lo políticamente
correcto y el rechazo absoluto. ¿Qué implicaciones sociopolíticas tiene el
hecho de enunciarse como feminista para hombres y mujeres, respectivamente?, ¿cómo
vamos a validar nuestras posturas?, ¿validarlas para quién?, ¿a través del
feministómetro de quién?, ¿desde qué lugares atravesados por nuestras
circunstancias nos legitimamos políticamente? Anuncio desde ahora que no me propongo
responder estas preguntas, sino plantearlas en todas sus dimensiones retóricas, extraerlas de diferentes discursos
y discusiones como un punto de partida para el documento que ahora lees.
No me interesa establecer una preceptiva
acerca de quiénes pueden autodenominarse feministas y quiénes no, ni conozco el
lugar donde se emiten tales credenciales. En cambio, propongo algunos aspectos
que considero importantes de tener en cuenta para conversar sobre la relación
actual entre los hombres y los feminismos.
Por lo tanto, el interés de escribir este
texto (además de ser trabajo final del curso de masculinidades) se centra en
una reflexión individual donde hay más preguntas que respuestas como estudiante
de un posgrado en estudios de género. Por ello también me parece importante
comprender el ambiente donde se genera la violencia machista.
Primera consideración: ¿Cómo se construye
la violencia en la socialización masculina?
En el documental ¿Qué coño está pasando? (2019) la
socióloga Cristina Hernández comenta: “La violencia es un problema de los
hombres. No es un problema de las mujeres. Es un problema de los hombres que
sufrimos lamentablemente las mujeres”. Es cierto que aún no llegamos al mundo
idílico de experimentar una vida distanciada del patriarcado, pero cada vez
somos más quienes nos sumamos al reto de reconstruirlo a través del
desaprendizaje y el cuestionamiento hacia esa estructura. Sin embargo, mi
interpretación sobre el comentario de Hernández se refiere a que la
socialización masculina y/o el aprendizaje del devenir hombre están también
estrechamente vinculados, en términos de Kaufman (1989), con la tríada de la violencia masculina
efectuada contra las mujeres, contra sí mismos y contra otros hombres. Hacia
las primeras es por la asimilación de un sistema machista, de superioridad de
los hombres respecto de las mujeres; hacia sí mismos por la automutilación y
represión emocional, por esa ansiedad de mantenerse fuertes y firmes ante las
adversidades y los dolores aunque eso ponga en riesgo su salud integral; y
contra otros hombres en la competencia incesante que les reclama el mandato de
masculinidad. Aquí podemos ver claramente cómo se cumple lo que en términos de
Bordieu (2000) es la paradoja de la doxa: que los hombres son víctimas y, a la
vez, se erigen como sus propios victimarios al infligirse violencias en pos de
la perpetuación de un sistema desigual que promete mantener sus privilegios
pero, ¿a qué precio?
Segunda consideración: ¿cómo y desde
dónde analizamos el privilegio de la masculinidad?
Si bien se trata de
un hecho indiscutible que los mismos hombres, como sujetos políticos, son
quienes se han encargado de configurar el orden social desde hace siglos y por
lo tanto su victimización puede resultarnos paradójica, entonces una no hace
más que preguntarse: ¿dónde están las maravillas del trono patriarcal? Hago
esta pregunta a la par que reconozco la otra cara de la moneda: la expresión
más sublime del machismo, aquella que se sostiene de la subordinación y
sumisión de las mujeres. Sabemos que estos casos han existido y nos acompañan
en nuestra actualidad pero, con una mirada de mayor escrutinio hacia la constitución
del sujeto masculino, me surgen reflexiones sobre desde dónde se erige ese
privilegio, de esta manera relativizo y me desborda el absurdo del sistema
patriarcal.
Segato (2020) comenta: “los varones son
las primeras víctimas del mandato de masculinidad […] y una estructura
jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros
hombres, no de las mujeres” (s.n.). Según la antropóloga argentina, esta
situación entre pares se debe más a la precariedad de la vida que los ha dejado
impotentes para conseguir lo que constituye un pilar importante para sostener
su virilidad de acuerdo con el sistema capitalista imperante: el trabajo y el
éxito. Según el documental The mask you
live in (2015) la idea del éxito asociada con el dinero es una de las
mentiras que creen los niños en EEUUAA como elemento constitutivo de la
masculinidad. Para comprender cómo se configura la identidad masculina resulta
provechoso tomar en cuenta el apunte de Connell (2003): “La masculinidad existe
sólo en contraste con la femineidad” (p. 2); y para complementar esta idea,
retomo lo que también señala Badinter (1993) cuando habla de la constitución de
la masculinidad: “Para hacer valer su identidad masculina deberá convencerse y
convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y
que no es homosexual” (p. 51). En ese sentido, podríamos entender los géneros
masculino y femenino como conceptos correlacionales; es decir, que a partir de
uno se genera una noción de lo que es el Otro. Un factor importante que ha
llevado al cuestionamiento de estos mandatos se encuentra en el empoderamiento
femenino que las mujeres hemos ganado con el paso del tiempo. Actualmente los
hombres pasaron de ser esenciales para la supervivencia a ser prescindibles. La
lucha feminista lleva ventaja histórica en el camino hacia la deconstrucción;
los hombres aún tienen mucho trecho que recorrer.
Tercera consideración: de las “nuevas”
formas de ser hombre
A lo largo del
curso conversamos acerca de las “nuevas masculinidades”, sobre las cuales
entiendo la posibilidad de pensar en la masculinidad de maneras alternas a un
modelo hegemónico tóxico. Reflexionar, entonces, y reconocer que también dentro
de la población masculina hay interseccionalidades, circunstancias que
configuran diferentes formas del ser hombre, implicaría entonces romper con dicho
modelo de performar la virilidad y encontrar caminos alternos que humanicen los
vínculos de los hombres con las mujeres, consigo mismos y con otros hombres.
Sin embargo, personalmente me causa
problemas el adjetivo que indica la novedad en esto. Mis reflexiones me llevan
a pensar en la preexistencia de los hombres que no se ajustan al modelo
hegemónico de masculinidad ni les interesa alcanzarlo como tal: hombres
homosexuales, transgénero y transexuales, hombres de clase baja con
aspiraciones económicas que pueden verse imposibilitadas por nuestros sistemas
económicos; hombres en fin, cuyas únicas salidas para reafirmar una validez
identitaria hace ecos en las violencias. Aquí aludo de nuevo al carácter
interseccional que también atraviesa a los sujetos masculinos, pero la ruptura
con algunas cláusulas del mandato de masculinidad no los exhime de la práctica
machista. Hay sujetos homosexuales a quienes les sobrevive la misoginia y, por
lo tanto, la homofobia; hay otros que están muy de acuerdo con la práctica
laboral o la participación en la esfera pública de las mujeres, pero que no apoyan
en las labores de cuidados. Es necesario que se mantenga en dinámica la
autocrítica como sujetos históricos que han gozado de los privilegios, como
Nogués (2019) indica: “Pensar que la igualdad es una palabra y no ver que en
realidad representa un verbo, pues conlleva una práctica diaria, es caer en el
autoengaño de la deconstrucción.” (s.n.); esto lo comenta a propósito del
participio “deconstruido”, el cual indicaría un estado acabado de una acción,
sobre lo cual Nogués discrepa. Pero en un sentido más extenso y bastante
sustancial, García (2015) expone lo siguiente:
Hay una versión muy light, muy superficial de las nuevas
masculinidades, por ejemplo, simplemente un hombre que llora es un neo
masculino, me parece que desligar la actuación personal de preguntarse por la
democratización del poder, justamente no le da soporte a que sea un “nuevo
hombre”. Un hombre que al contrario del pasado hoy sí cambia los pañales, pero
es el mismo sexista de siempre con sus compañeras de trabajo, o que ahora es
más vanidoso y se hidrata la piel, de ahí que para alguna gente la metrosexualidad
es una nueva masculinidad. […]. Entonces me parece que si dejamos correr
socialmente la idea de que las nuevas masculinidades es cualquier práctica
contemporánea de los hombres, se está perdiendo su sentido político. Para mí,
sí es un marco muy exigente en todos los ámbitos de la vida, del cambio y la
noción central es el tema del poder, o si no, no es. Las nuevas masculinidades,
no las veo como un punto de arranque, sino como una dirección del cambio, en la
cual la pregunta por el poder, por su renegociación, democratización, por
perder espacios de poder, tiene que darse en muchos ámbitos y respecto de
muchos comportamientos de la vida y en un intento de buscar coherencia. (Iván García
[2012] en García [2015]) (p.101)
La coherencia a la que alude el
entrevistado García me parece que es la de una dimensión ético-política de la
deconstrucción masculina. Creo que este compromiso es el que marcaría una
diferencia entre lo que se sostiene en el discurso a lo que conlleva la praxis.
Cuarta consideración: De los hombres,
onvres y feministos
Presentarnos como
feministas, independientemente de nuestro sexo, no garantiza la ética que atraviesa
nuestra subjetividad, se manifiesta en un discurso que quisiéramos encontrar en
la praxis en una dinámica congruente. Esto lo menciono porque parece que cada
vez se vuelve más común encontrarnos con hombres que se nos presentan como
feministas, fenómeno que viene acompañado de la resistencia que existe desde
algunos feminismos sobre la inclusión y consideración de los hombres dentro del
movimiento. Por lo tanto arrojo la pregunta que espero siga motivando una
reflexión: si los feminismos son exclusivos para las mujeres, ¿cómo
definiríamos el ser mujer en estos tiempos? Si desde Simone de Beauvoir se ha reflexionado acerca del
devenir mujer como una categoría construida, ¿los hombres por qué no podrían
sumarse a la lucha desde el supuesto ejercicio de empatía?, ¿por qué querrían
estar en el espacio históricamente pensado para mujeres?, ¿por qué no convertir
sus espacios no tanto en feministas, sino para compartir entre ellos sus
inquietudes sobre la construcción de la masculinidad entre
pares?
Hay quienes pensarán que todes podemos ser feministas y esto, al margen
de calificarlo como verídico o no, me parece más importante preguntarnos ¿qué
significa ser feminista?, ¿usar una playera?, ¿postear en redes nuestro apoyo?,
¿asistir a las marchas? Para mí es un replanteamiento estructural en todos los
ámbitos y estar atenta hacia los vestigios de la violencia patriarcal desde los
lugares que experimentamos en nuestra existencia. Ojalá pudiera proponer una
ética feminista en este momento, pero sería objeto para otro texto.
Vuelvo con mis preguntas: ¿cómo estar
atentas sobre las líneas de poder dominantes? La agenda política del feminismo
evidentemente tiene otras cuestiones más importantes que discutir antes que
debatir si los hombres pueden ser feministas o no. Este es un tema que les
importa a los hombres, los que ahora se sienten excluidos en un espacio que se
ha creado históricamente por mujeres. Sin embargo, si hay un territorio en
común, sería el interés por la deconstrucción del género y el trabajo que cada
quién puede realizar para ello desde su trinchera. También creo que los
esfuerzos por ser reconocidos en la esfera feminista serían menos problemáticos
y potencialmente más fructíferos si utilizan sus espacios de socialización
masculina para desmontar las actitudes machistas de los pares.
Identificarse como feminista es un acto de
resistencia política frente al orden patriarcal que emerge en contestación
hacia un modelo hegemónico: el hombre blanco, heterosexual de clase media, y
cómo este ha sido considerado la medida de todas las cosas. Con acceso a los
discursos y los espacios ha creado el mundo a su imagen y semejanza. Las mujeres
fuimos históricamente la Otredad. Sin embargo, el hecho de leer la historia
desde otros lugares, tomando en cuenta la clase, raza y el género nos permite
darnos cuenta de que hay más voces que han clamado la visibilización, el
reconocimiento. En ese sentido, insisto en la preexistencia de hombres
periféricos que pululan alrededor de un modelo masculino privilegiado en los
espacios de representación y enunciación.
Una de las opiniones sobre este tema que
más me ha dejado satisfecha sobre este debate es la respuesta de Fabbri (2019)
a la pregunta: “¿Cuál es el rol de los varones en el feminismo?”:
No creo que los varonces cis tengamos que disputar
un lugar, un reconocimiento o una credencial como feministas, sino hacer del
feminismo una mirada para problematizar nuestras relaciones y nuestras
prácticas. En este sentido planteo que varón feminista no es una identidad,
sino una relación. (s.n.)
Una relación con
la lucha feminista. Una reflexión que lleve a la acción desde los lugares que
ocupan los hombres en las esferas sociopolíticas para extender este discurso
sin necesidad de explicar a las feministas cómo realizar sus luchas o legitimarlas
en los espacios. Sin intenciones de protagonizar un movimiento que se encarga
de reconocer, legitimar, valorar y visibilizar a las mujeres. Habrá que
erradicar ese paternalismo político que pretende “corregirnos”, “ayudarnos”,
“protegernos” y explicarnos cómo son “realmente las cosas”.
Actualmente circula
en redes sociales una diferenciación que trasciende a lo que pareciera un typo: hombre y onvre. Propongo una
definición breve y somera sobre ambas palabras.
Por una parte, hombre
se referiría al sujeto masculino en el camino hacia una deconstrucción de
género, atento y autocrítico sobre su papel social de macho potencial pero que
ha decidido buscar otras formas de experimentar su género, asumiendo un
compromiso ético-político como el que ejemplifiqué previamente. Quien se ubica
dentro de esta primera categoría no necesita ni exige ser reconocido todo el
tiempo por no acosar, no violar y autoproclamarse en redes sociales como
feminista argumentando #notodosloshombres.
Por
otra parte, para las y los cibernautas que estén familiarizados con la palabra
onvre, sabrán que hay un contexto de mofa alrededor de ella. Una mirada ingenua
podría pensar que es un simple e(ho)rror de ortografía, sin embargo, considero
que va más allá de ello. No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas. En un
contexto informado en temas relacionados con los estudios de género y
feminismos, donde se sabe que la lucha feminista no busca erradicar a los
hombres sino al patriarcado, se puede reconocer el matiz de diferencia: un
onvre sería todo aquél sujeto masculino que sigue reproduciendo un estereotipo y
el mandato respectivo en aras de alcanzar un estado hegemónico; aquél que se
siente cómodo en sus privilegios y quien se siente amenazado por el posible
desplazamiento del trono patriarcal debido a las luchas sociales y políticas de
las terroristas de su Estado de aparente bienestar: las feministas. Una versión
de este tipo de onvre es el que dota de una cómica veracidad al personaje de
Nacho Progre: la imagen del feministo con ideas progresistas. Un personaje que
encarna la contradicción e incongruencia de ideas que habitan en un sujeto que,
a pesar de su discurso progresista y jerga intelectual, continúa con la reproducción
del machismo, por lo tanto denuncia precisamente esa falta del compromiso
ético-político. De ahí la importancia de sostener la
autocrítica, como menciona Nogués (2019): “Autodenominarnos como feministas no
nos hace mejores personas si no logramos darnos cuenta en nuestro día a día de
nuestros micromachismos, de nuestros mansplainings
y de qué mandatos y patrones tóxicos aún seguimos replicando” (s.n.). Ojalá esto funcionara
sólo como una broma distante de la realidad; no obstante, Nacho Progre resulta
una sátira feminista creada por Cynthia Híjar y Carmina Warden, con este
personaje proponen la representación de un neomachista que representa discursos
y actitudes que extraídos de la cotidianidad o, por lo menos, es lo que, en
palabras de las creadoras de Nacho Progre, algunas cibernautas han dejado
saber:
La gente lo recibe
como a alguien ya conocido, con mucha familiaridad. Y creo que esa es una de
las razones por las que se volvió popular tan rápido. La gente, en especial
las chicas, lo reconocen en sus amigos, en sus compañeros de trabajo, en sus
exparejas. Ese personaje existía antes y nosotras le pusimos imagen y nombre
propio. (Híjar, 2020, s.n.)
En un mundo donde
los feminismos cada vez van tomando más espacios físicos y simbólicos, claro
que han surgido efectos en el orden social. Actualmente sería difícil encontrar
a alguien que exprese una identidad machista por la carga negativa que
afortunadamente ha cobrado esa palabra, como lo menciona Ana de Miguel (2015):
“En los tiempos modernos que corren ya no es posible legitimar la desigualdad
en términos de la inferioridad intelectual o moral de las mujeres. Sería poco cool, eso queda, en todo caso, para el
pensamiento conservador” (p. 23). Sin embargo, la negación de un machismo
contribuye con un espejismo de la igualdad (Valcárcel, 2015), el cual nubla el
estado de las cosas y supone entonces que ya no hay más qué hacer en el
territorio de la igualdad de derechos tomando en cuenta las diversidades sexo-genéricas.
Concluyo: Los peligros del discurso que no llegan a la praxis
Durante los últimos
meses decidí extender mi mirada crítico-analítica hacia el estudio de las
masculinidades. No ha sido tarea fácil desglosar cada idea, en ocasiones
sorprendiéndome de mis propios prejuicios que me he dado a la tarea de
cuestionar mas no sé si arrancar. En mi ética personal no pretendo educar a los
onvres en los feminismos, ni proponerlos como clave en esta lucha, ni forzar
espacios mixtos, ni convencer a nadie de una heterosexualidad, ni victimizar a
nadie. Reconozco la red de relaciones que entretejemos, las angustias y
ansiedades que producen los mandatos de género, ese deber-ser que construye
todo un iceberg de violencia de género que urge frenar.
Sin embargo, sí creo que el trabajo de,
con y para las masculinidades debe realizarse por los pares varones, construir
relaciones donde rompan con sus pactos patriarcales en sus espacios de
socialización; de otro modo, se reincide en responsabilizar a las mujeres de la
educación de los hombres, como si la realidad no desbordara todavía la
desequilibrada responsabilidad de la crianza en las mujeres como para
prolongarlo con otras personas y en otras situaciones. Por ello que resulta de
gran relevancia el siguiente comentario de García (2015):
Asumir una nueva masculinidad se convierte en un
paraguas que protege de las demandas del movimiento social de mujeres, el
feminismo y las organizaciones de hombres, pero al no basarse en un
replanteamiento de las relaciones de poder, puede develar que se trata del
mismo sexismo con un ropaje distinto, más plástico. (p. 103)
Ante la plasticidad o la falta de compromiso ético-político es donde hay
que permanecer alertas sobre todo en cuanto a las relaciones de poder.
Reconocer nuestros privilegios de género, raza y clase, así como trabajar en
pos de deconstruirlos potenciarían el camino hacia consolidar una sociedad más
justa. Cuestionar el poder me parece un aspecto clave para desmontar este
sistema patriarcal y, por ende, expandir las posibilidades de ser más allá de
lo que implica la imposición de los mandatos de género.
La relación de los hombres
con los feminismos es importante y esencial en un camino que busca frenar la
desigualdad y las formas de violencia machista. Por supuesto que los varones
obtendrían beneficios de ello, pero sobre todo resalto la urgente demanda
social por buscar todas las formas posibles para detener la ola de violencia de
género que afecta principalmente a la población femenina. La historia de los
feminismos ha demostrado que: “Nada nos han regalado y nada les debemos. [...]
Ya que hemos llegado a divisar primero, y a pisar después, la piel de la
libertad, no nos vamos” (Valcárcel en Varela 2008, s.n.). Los alcances del
empoderamiento femenino son incuestionables, pero si cada quien asume el
aludido compromiso ético-político desde sus intereses y espacios de
socialización, creo que podríamos acelerar el proceso de transformación social
que gira en torno al género.
Referencias bibliográficas:
Badinter. E. (1993). XY. La identidad masculina. Madrid: Ed. Alianza.
Bourdieu, P.
(2000). La dominación masculina.
Barcelona: Ed. Anagrama.
Canal
PeruculturalHD (1 de abril de 2015). Amelia
Valcárcel: La igualdad como preventiva de la violencia contra las mujeres
[archivo de video] Youtube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=cW3Dq_KVhUY
consultado en mayo de 2020.
Connell, R. La
organización social de la masculinidad. En C. Lomas (coord.), ¿Todos los hombres son iguales? Identidades
masculinas y cambios sociales, pp. 31-54. España: Paidós Ibérica.
García. L.
(2015). Nuevas masculinidades: discursos
y prácticas de resistencia al patriarcado. Ecuador: FLACSO.
Kaufman, M.
(1989). Hombres placer poder y cambio.
República Dominicana: Centro de Investigación para la Acción Femenina.
Netflix
(productor). Jaenes, M., Márquez, R. (directoras). (2019). ¿Qué coño está pasando? [cinta cinematográfica]. España: Netflix.
Siebel, J. (2015). The mask you
live in [cinta cinematográfica]. Estados
Unidos de Amèrica: Jennifer Siebel Newsom.
Varela, N.
(2008). Feminismo para principiantes.
Barcelona: Ediciones B, para el sello B de Bolsillo.