Solo dos veces en mi vida me ha tumbado el dolor. En ambas creo que era la desesperación por anestesiar mi cuerpo, querer salir de mi sitio y sin poder hacerlo. Solo en la primera pude ver la luz para las rejillas de la puerta y pedí ayuda mientras la tristeza me ataba como un bloque duro y pesado sobre mi espalda. La segunda no estaba en esta dimensión. Fui y vine del infierno en un par de horas solo por estar aburrida. Dudé un tiempo de la realidad pero asumimos el pacto de ficción y aquí seguimos, dando cabida la multiplicidad del Yo que nos habita. Aquellas Yo que aún no conozco y que esperan salir.
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