viernes, 17 de diciembre de 2021

Por las abuelas no romantizadas ni románticas.

 -¿Volvería a casarse con él?- Inquirió el sacerdote frente a la conmovida audiencia eclesiástica congregada para la celebración áurea.

-No- Risas declaradas ante verdades incómodas que resonaron por todo el recinto. Sí, todos pensaron que ella bromeaba después de aguantar 50 años de convivencia diaria con un marido que insistió en inferiorizarla por su escasez de estudios escolarizados. Allá en ese pueblo del norte de Sinaloa, Navolato creo que le llaman, ella creció entre los campos agrícolas y el ganado. Aprendiendo y replicando las enseñanzas de lo que las personas con su sexo debían hacer en esa región. Legado cultural de corte patriarcal, diríamos fríamente con la distancia que el lenguaje académico de taxonomía tiene, nombrando como quien disecciona un animal Otro, extraño a la mismidad de las cosas, y que siempre puede ser colonizado.

Vaya regalo de quince años. Sí, en el mismo día del natalicio, 22 de diciembre, ella se unió espiritual y carnalmente a un hombre diez años mayor. En cada celebración de vida había un suspiro y un trago amargo por los otros 364, marcados diariamente por los escupitajos del hombre de iglesia y figura de decencia, que tuvo más hijos pero no con ella; que abusó de niñas en su sitio de autoridad escolar; que presumía en todos los sitios su impecabilidad moral con su familia, su trabajo y comunidad de la Iglesia. 

Por eso, cuando escucho los dolores de la abuela manifestados en rabia a sus 70 años, pienso que se está sanando de décadas de silencio. Por eso ella merecía ese momento de justicia para ella misma de denunciar públicamente su inconformidad con ese lazo, y todos lo recibieron con risas, aplausos y diciendo que qué ocurrente doña A., si don I. es un pan de Dios y además muy divertido. Escuchar a la abuela en sus recreaciones de momentos traumáticos me permite a mí cartografiar el pasado, no solo de ella sino de muchas otras mujeres de su tiempo. 

Ya casi es 22 de diciembre y esta es la primera vez que escribo sobre esto, pero este año me rondó la idea de hacerlo inteligible porque me acosaba en cada espacio en blanco de mis días. Vine aquí a confesarlo porque me duele en una parte de mi abuela que vive y resuena en mí: llevo su nombre pero construyo otra historia. Cuando pienso en esa voz colectiva de mujeres silenciada me lleno de rabia y siento que sus historias deben sobrevivir para que nosotras podamos aprender de ellas. Porque si ellas no tuvieron una reparación de daños, sino chingazos; no una pauta justa o una escucha atenta, sino amenazas de abandono y muerte; violaciones maritales en lugar de un abrazo cálido de quien se asume como protector y cuidador, pues entonces siento que nos toca a nosotras, porque comprendemos la lucha y resistencia que nos sigue persiguiendo en otras formas. ¿Podemos darle eso a las abuelas? Es decir, ¿la escucha atenta y la calidez de nuestro afecto o inventar la máquina del tiempo para reescribir esas historias?, ¿sería sanador reescribirlas con ellas?, ¿seremos nosotras y las futuras quienes construirán esas narrativas honrando la memoria de las que resisten estas imposiciones violentas? Nos queda construir espacios de aliento y paz entre las nuestras como refugio de la hostilidad inexorable del afuera...




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