Hoy después de casi un mes de ajetreo, al fin me siento en calma para escribir. Sí, para escribir no sé, sobre el remolino de emociones de las últimas semanas. Hoy siento una calma sospechosa, quizás por la inestabilidad de días pasados. Qué diría mamá Virgine Despentes si le dijera que ahora le tengo miedo a los hombres en la calle, que no dejo de mirar sus manos por si entre sus dedos se asoma algo que pueda ser utilizado como un arma, que mientras caminaba con T. por las calles de aquélla ciudad me estremecía al pasar cerca de algún sujeto con apariencia cholesca, que T. me insistía para usar el taser sin miedo. No sé qué va a ser de mí después de esto. Me vine a refugiar al cariño xaterno, para recordar lo que es sentirse segura y sin preocupaciones de adulta. Me vine a buscar estabilidad que no podía encontrar en la ciudad, sola. La compañía de T. aunque si bien fue transitoria, también fue una grata experiencia que me hizo olvidarme un rato de los dolores físicos y mentales. Viajamos de muchas formas, de ciudades y en la introspección.
Esa montaña rusa de emociones sucedió de la manera en la que debía. Estoy profundamente agradecida. Ahora sólo trato de darle forma a mis logros académicos para terminar con todo esto.
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